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Alberto Gómez Vaquero: "Cuando uno es adolescente y lee con pasión, los libros son casi como una droga"

Alberto Gómez Vaquero: "Cuando uno es adolescente y lee con pasión, los libros son casi como una droga"

Una nutrida biblioteca solidificada con el paso del tiempo, una experiencia vital curtida en los 80 y 90 -décadas en las que se combatía la soledad con alcohol, no con redes sociales- y un conocimiento personal, preciso, acaso quirúrgico, de los pequeños pueblos. Alberto Gómez Vaquero (Valladolid, 1984) se apoya en estas tres premisas para cincelar en Cuando el río vuelva(Carpe Noctem) una novela audaz, bien hilvanada y con una prosa cristalina sobre la pasión por los libros y el paso a la edad adulta en un mundo rural exento de cualquier tentación de idealismo.

"No hay otra forma de aprender a escribir que leer mucho", admite el autor a EL MUNDO. "La novela quería, sobre todo, celebrar ese primer momento, en la adolescencia, en que comenzamos a hacernos lectores de verdad. Cuando uno es adolescente y se lee con pasión, los libros son casi como una droga".

Eso es justo lo que le ocurre al protagonista de una trama ubicada cronológicamente en los años 90 y tejida alrededor de la llegada de un joven profesor de literatura al instituto de un pueblo de la España rural. Uno de sus alumnos, un adolescente que siente que no encaja del todo en los muros de su entorno, descubre que los libros transforman la visión del mundo mientras encara los obstáculos propios de la pubertad. "Todo adolescente está desconcertado, cree que no encaja y que nadie lo comprende, vive la vida como una tragedia y tiene ganas de irse lejos". A partir de ese sentimiento, el escritor pucelano ha construido una historia que cristaliza en una novela de ficción en la que subyace un interés por escudriñar los renglones torcidos de la adolescencia.

"Aunque quizá no de un modo definitivo, aquello que somos y que hacemos en la adolescencia -subraya- tiene su reflejo en la edad adulta. Y buena parte de lo que hacemos de adultos es para enmendar, sanar o reforzar lo que hicimos de adolescentes, o lo que nos hicieron. Luego los hay que ni siquiera maduran y se estancan en la adolescencia. Algunos acaban haciéndose políticos para conseguir aquello que no pudieron tener de chavales, y andan por ahí con la bragueta abierta como si todavía tuvieran 15 años".

Gómez Vaquero pinta al protagonista como un lector ávido, inquieto, ecologista, empollón, algo contestatario en casa y frustrado por estar "varado en aquel pueblo igualmente varado". Este último punto resulta determinante tanto para entender su cosmovisión personal como para acercarse a la realidad rural en la que el autor inserta su obra. No hay resabios noventayochistas. No hay huellas de la mística del campo castellano. No hay tampoco un daguerrotipo fúnebre o estereotipado. Su mirada a la aldea huye de estridencias. Plantea un escenario "cerrado sobre sí mismo y con cientos de ojos atentos a cada movimiento", un lugar transido por la maldición de "no cambiar".

"No hay nada que mitificar, pero tampoco que alertar", puntualiza. "Tengo la sensación, a veces, de que la literatura en España, respecto a lo rural, o ha sido muy mitificadora -sería la escuela Delibes, o ha pintado lo rural como un espacio primitivo y peligroso -la escuela de Cela en el Pascual Duarte-. Ahora quizá haya que añadir un tercer modelo: el de lo rural como un mundo exótico para quienes han crecido y viven en grandes ciudades".

Los pueblos son naturaleza, tranquilidad, una vida en armonía con el entorno. Pero también silencio, soledad, falta de oportunidades. Este es el contraste que ha expulsado a millones de personas del agro y que aún hoy sigue sin tener tirón para los jóvenes, pese a las sucesivas crisis económicas y las desorbitadas subidas del alquiler en la ciudad.

El protagonista de Cuando el río vuelva vio su adolescencia ahogada en el pueblo. Porque la adolescencia, como matiza Gómez Vaquero, "prefiere el anonimato y márgenes de libertad amplios. Espacios donde los padres o los adultos no te controlen". Eso, que antes era más accesible en las ciudades, ahora se antoja "más fácil" en los entornos agrestes. Este hecho no impide que, ahora más que nunca, siga perpetuándose la necesidad de salir de provincias para triunfar como escritor. "También habría que preguntarse que entendemos, a estas alturas del partido, por 'triunfar'. Porque el reconocimiento social muchas veces esconde un sueldo precario, porque se cobra en 'likes' y aplausos, y una vida llena de ansiedades".

Por las páginas de esta novela van apareciendo nombres que evocan el talento de la escritura. Desde Rilke a Conrad pasando por London, Sthendal, García Márquez, Félix Grande, Rulfo, Carpentier, Eliot, Machado, Laforet o Hemingway. En esta novela hay -tal como reconoce su autor- mucho de autores como Coetzee y Hesse, y también del Joyce del Retrato de un artista adolescente. Incluso de su paisano Delibes, "aunque sea como reacción porque Delibes era muy mitificador de lo rural".

El hecho de que el alcohol aparezca como engarce de la trama lo sitúa como el elemento que vincula la soledad rural, la frustración personal del protagonista y la bohemia del escritor en ciernes. "Es que el alcohol -confiesa Gómez Vaquero- ha estado muy a mano en los 80 y 90. Y hasta estaba bien visto que los chicos comenzáramos a beber pronto. ¡Había medicinas a base de vino para los niños! Yo creo que tenía cuatro años cuando me dieron el primer vaso de vino con gaseosa. Entonces, el alcohol se convierte en una manera cercana de igualarse al mito del escritor bohemio incluso en un pueblo remoto".

Inclinaciones etílicas al margen, el autor traza una visión, alegre y desesperanzada al mismo tiempo, sobre el paso de la juventud a la madurez. Y ello sustentado en la idea de que lo verdaderamente importante es aprovechar los "momentos de profundidad" que dices que surgen a lo largo de una vida. Porque la vida, tal como remacha Gómez Vaquero, "es muy cabrona, con perdón. Cuando eres joven tienes la energía, el tiempo, un montón de oportunidades... pero no tienes la experiencia. Y, cuando logras la experiencia, suelen faltarte el tiempo, las oportunidades y, sobre todo, la energía". De ahí, a su juicio, "la importancia de desarrollar, enmendando a Unamuno, un cierto sentimiento cómico de la vida. Porque el trágico viene de serie".

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